
domingo 20 de julio de 2025
En La era del olvido, Germán Rodríguez interpreta a un político atrapado en un legado que no eligió y que ya no comprende. El espacio escénico se reduce a lo esencial, con una silla, una luz y un cuerpo en tensión. Todo lo que ocurre se concentra en su presencia. La dirección de Francisco Estrada elige lo mínimo para hacer visible lo central, un heredero en crisis que intenta sostener lo que ya no tiene sentido.
Rodríguez se despoja de toda técnica y se ofrece en carne viva. Su cuerpo se transforma, su voz se endurece. No hay escenografía, no hay pausas, no hay escape. Solo la resistencia de un personaje que se desmorona mientras intenta cumplir con un mandato ajeno. La puesta avanza sin respiro, como si el pasado empujara y el presente se desdibujara frente al espectador.
La obra no se enfoca en partidos ni en coyunturas. Propone una reflexión sobre lo heredado, los cargos que pesan, los relatos que se transmiten sin revisión. ¿Qué hacer con lo recibido cuando ya no se cree en su valor? ¿Hasta dónde se puede sostener una historia que no se elige? La era del olvido no ofrece respuestas, pero incomoda con preguntas que interpelan desde lo íntimo y lo político.
En un contexto donde la información se vuelve obsoleta cada día y la memoria colectiva se diluye, esta obra invita a detenerse. No para añorar el pasado, sino para revisar qué hacemos con él. Sin pensamiento crítico ni ideas propias, incluso el poder más sólido puede derrumbarse. El teatro, en este caso, no solo representa. También resiste.