sábado 19 de julio de 2025
AMIA: La serie (2025) se inscribe en una línea de ficciones argentinas recientes que exploran las zonas grises del poder y la violencia institucional en la década del 90, como Iosi, el espía arrepentido (2022) o Menem (2025). En este caso, la narrativa vuelve sobre el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires, ocurrido en marzo de 1992, que dejó un saldo de 22 muertos y más de 240 heridos. Aunque su título remite al atentado contra la sede de la AMIA en 1994, la serie enfoca su primera temporada en aquel primer estallido, funcionando como prólogo de una historia que aún busca ser contada en su totalidad. Lejos de postularse como una reconstrucción histórica, la propuesta adopta las formas del thriller contemporáneo para abordar una verdad que sigue fragmentada.
La trama sigue los pasos de Diego (Michael Aloni), un agente del Mossad cuya hermana, Noemí, murió en la explosión. Su llegada a Buenos Aires lo conecta con Gisela (Malena Sánchez), una periodista local en ascenso que investiga los mismos hechos desde otra perspectiva. La alianza entre ambos los lleva a atravesar un laberinto de espionaje internacional, tráfico de armas y operaciones encubiertas, donde los intereses políticos y la manipulación mediática se entrecruzan con los duelos personales. El guion no propone certezas: las desmonta. En cambio, confronta a los personajes —y por extensión al espectador— con un rompecabezas de piezas faltantes, donde la justicia y la venganza se funden hasta volverse indistinguibles.
La dirección de Guillermo Rocamora se apoya en material de archivo, escenas documentales y una cuidada ambientación que remite a la estética de los años 90. La elección formal busca establecer un anclaje visual reconocible, aunque por momentos cae en recursos melodramáticos que tensan la verosimilitud de los vínculos entre los personajes. Aun así, la serie alcanza sus mejores momentos cuando alterna entre la ficción y los fragmentos reales, generando una ambigüedad narrativa que potencia su sentido político. Malena Sánchez sostiene con solidez el contrapunto emocional, evitando la caricatura y dotando a su personaje de una sensibilidad que articula lo íntimo y lo público.
Más que explicar lo sucedido, AMIA: La serie propone un ejercicio de memoria crítica, en diálogo con los discursos que aún hoy disputan el sentido de aquellos hechos. La ficción actúa como catalizador para repensar lo oculto, lo manipulado y lo silenciado. En ese gesto, se aleja del cine testimonial para acercarse a un formato de serie geopolítica en clave latinoamericana. La elección de titularla AMIA —cuando el atentado en cuestión es el de la embajada— parece responder a una estrategia de continuidad: todo indica que habrá una segunda temporada que abordará el ataque de 1994. En esa proyección, la serie se instala como parte de un relato mayor: el de una historia que se sigue escribiendo entre escombros, encubrimientos y preguntas sin respuesta.